Llevo una temporada con la sensación de estar en la cresta de la ola… Esa extraña sensación en el estómago de que el tiempo pasa muy rápido y tú vas subiendo y en cualquier momento empezará la bajada. Por supuesto, tengo clarísimo que es algo puramente circunstancial y ligado al parón en la UOC. Eso hace que tenga más tiempo libre y se me ocurren mil ideas para ocuparlo. La consecuencia directa es que no sólo dejo de tener tiempo libre, sino que voy mucho más estresada que cuándo “sólo” tengo que estudiar y hacer trabajos…
El parón de este semestre me ha permitido descubrir el fascinante mundo de las madalenas, de las que dejo una muestra. El problema de hacer madalenas e ir experimentando con las diferentes recetas (tengo que confesar que he acabado, cómo no podía ser de otra forma, haciendo un excel: es mucho más fácil trabajar con % relativos de ingredientes respecto a la harina, que ir haciendo pruebas maguferas a ver si suena la flauta), es que en casa me han prohibido que las haga en una temporada. Y en casa de mi madre también… Al parecer, tanta madalena ha tenido un efecto inmediato en el peso de los usuarios y ahora se me quejan .
Cómo no podía bajar del carro (eso debe ser lo que sienten los adictos a la fama), las he acabado haciendo para los compañeros del trabajo, o para las partidas de rol con amigos. Pero esto tiene que parar, claramente. En un par de semanas empieza el nuevo semestre y no voy a poder seguir dedicándome a estos menesteres culinarios.
El otro día me preguntaba una amiga: “Y no puedes, sencillamente, descansar hasta el comienzo del nuevo curso?”. Ja! De eso nada… Si paras, luego te cuesta un montón arrancar. Además, arrancar y parar es de pobres.
Así que esta tarde le prepararé una hornada de madalenas sin canela a mi hermana, que está enferma en casa con anginas y me las ha pedido. Y sí, es ciertísimo que me las ha pedido ella… aunque quizá yo le haya sugerido que le irían bien para pasar el mal trago.
.
.
martes, 14 de febrero de 2012
lunes, 16 de enero de 2012
Diario de Victorias
Hace un tiempo escribí una serie de entradas en otro foro respecto a los logros que iba consiguiendo mi hija. Con la intención de que no se pierdan, no por su valor literario sinó por lo que para mí representan, he decidido juntarlas todas aquí. Están escritas entre septiembre de 2009 y abril de 2010, seis meses que fueron muy significativos en su evolución.
Un paso más
Mi hija ya come alimentos sólidos. Sentada a su lado en la mesa de la cocina, frente a un plato de diminutos trozos de pan de molde regados con Nocilla (le encanta el chocolate) veo como los mira, selecciona y coge uno de ellos con los dedos.
Se lo lleva a los labios y, en vez de chuperretearlo, se lo introduce en la boca. La miro mientras descubre lo que es masticar (ella vino sin ningún extra de serie; hay que írselos poniendo uno a uno con paciencia infinita). Abre y cierra la boca, tremendamente concentrada en su trozo de pan con chocolate... Hasta que veo que abre mucho los ojos y descubro que se lo está tragando... Noto su extrañeza ante el paso de la comida y compruebo encantada que no lo devuelve como siempre había hecho. Estoy tan contenta que me acerco y le doy un beso. Ella está demasiado pendiente del chocolate, así que me aparta con un brazo mientras elige el próximo trozo que atacar. Han sido meses de duro trabajo preparándola a ella y buscando combinaciones de alimentos y texturas para llegar a este momento.
Apenas un paso infinitesimal para la Humanidad... pero un paso de gigante para Sara.
Canción de cuna
Mi hija lleva unos días muy irritable. Sospecho que le tiene que doler algo, porque arrastra una tos fea desde hace semanas y los jarabes no le hacen nada. El caso es que está cansada e irascible buena parte del tiempo...Ayer, cuándo acabó su sesión de terapia habitual, tenía un aspecto especialmente cansado. Parecía un animalillo enfermo; le faltaba energía. Vino a buscarme, me dio la mano y me llevó hasta su habitación. Normalmente, en ese punto, la dejo allí y me alejo; no quiere compañía cuándo está en su guarida. Pero ayer fue diferente. La vi tan indefensa que no pude irme. Ella se sentó en la camita, apoyada contra la pared, y se quedó quieta, sin ni siquiera ir a buscar alguno de sus juguetes. Me acerqué a ella y la tapé con su manta preferida. Sonrió y siguió quieta, mirando hacia su regazo...Así que decidí arriesgarme y me senté a su lado. Le empecé a decir cosas bonitas, esas cosas que dicen las madres a sus bebés, mientras le acariciaba sus preciosos rizos. Incluso me lancé a darle un par de besos...En ningún momento me rechazo, ni siquiera se alejó de mí como en otras ocasiones. Estuvimos allí un rato, solas, el tiempo se paró y, por fin, después de años, pude acunar a mi hija.
Miradas
Ayer mi hija me tomó de la mano y me sentó a su lado en el sofá. Tras unos instantes de jugar con un pequeño piano se giró hacia mí y me miró. Me miró y me vio. Por primera vez en casi cuatro años.
La vida puede ser maravillosa.
.
.
Un paso más
Mi hija ya come alimentos sólidos. Sentada a su lado en la mesa de la cocina, frente a un plato de diminutos trozos de pan de molde regados con Nocilla (le encanta el chocolate) veo como los mira, selecciona y coge uno de ellos con los dedos.
Se lo lleva a los labios y, en vez de chuperretearlo, se lo introduce en la boca. La miro mientras descubre lo que es masticar (ella vino sin ningún extra de serie; hay que írselos poniendo uno a uno con paciencia infinita). Abre y cierra la boca, tremendamente concentrada en su trozo de pan con chocolate... Hasta que veo que abre mucho los ojos y descubro que se lo está tragando... Noto su extrañeza ante el paso de la comida y compruebo encantada que no lo devuelve como siempre había hecho. Estoy tan contenta que me acerco y le doy un beso. Ella está demasiado pendiente del chocolate, así que me aparta con un brazo mientras elige el próximo trozo que atacar. Han sido meses de duro trabajo preparándola a ella y buscando combinaciones de alimentos y texturas para llegar a este momento.
Apenas un paso infinitesimal para la Humanidad... pero un paso de gigante para Sara.
Canción de cuna
Mi hija lleva unos días muy irritable. Sospecho que le tiene que doler algo, porque arrastra una tos fea desde hace semanas y los jarabes no le hacen nada. El caso es que está cansada e irascible buena parte del tiempo...Ayer, cuándo acabó su sesión de terapia habitual, tenía un aspecto especialmente cansado. Parecía un animalillo enfermo; le faltaba energía. Vino a buscarme, me dio la mano y me llevó hasta su habitación. Normalmente, en ese punto, la dejo allí y me alejo; no quiere compañía cuándo está en su guarida. Pero ayer fue diferente. La vi tan indefensa que no pude irme. Ella se sentó en la camita, apoyada contra la pared, y se quedó quieta, sin ni siquiera ir a buscar alguno de sus juguetes. Me acerqué a ella y la tapé con su manta preferida. Sonrió y siguió quieta, mirando hacia su regazo...Así que decidí arriesgarme y me senté a su lado. Le empecé a decir cosas bonitas, esas cosas que dicen las madres a sus bebés, mientras le acariciaba sus preciosos rizos. Incluso me lancé a darle un par de besos...En ningún momento me rechazo, ni siquiera se alejó de mí como en otras ocasiones. Estuvimos allí un rato, solas, el tiempo se paró y, por fin, después de años, pude acunar a mi hija.
Miradas
Ayer mi hija me tomó de la mano y me sentó a su lado en el sofá. Tras unos instantes de jugar con un pequeño piano se giró hacia mí y me miró. Me miró y me vio. Por primera vez en casi cuatro años.
La vida puede ser maravillosa.
.
.
martes, 10 de enero de 2012
Mi encierro
Víspera del día de Reyes a las 15:30 de la tarde. Mi horario laboral a punto de acabar y la oficina prácticamente vacía ya que ese día todo el mundo trabaja hasta las 15:00.
Decido ir al servicio justo antes de empezar a recoger mis trastos e irme para casa; he quedado con mi marido, los niños, mi madre y mi hermana para ir todos a la Cabalgata de Reyes que empieza a las 17:00 (lo sé, lo sé… planazo!!!).
Al ir a salir del cubículo al que llaman lavabo en mi oficina, descubro con horror que el pomo se ha bloqueado y que no puedo abrir la puerta. En la zona del edificio en la que trabajo, utilizamos ese baño tres mujeres: una está de vacaciones, la otra salía justo cuándo yo entraba y la que falta está encerrada en 0,96m2. El número no es baladí: tras los golpes y gritos de rigor para intentar que alguien se diera cuenta de que me había quedado encerrada, me dediqué a calcular las dimensiones de mi encierro: 1,2m de largo por 0,8m de ancho por 2,6m de alto. Un lujo, oyes…
La primera media hora transcurrió entre la sorpresa de la situación, los intentos de que “me se oyera”, y cálculos varios: además de los directos resultantes de multiplicar el número de baldosas por su longitud, hice varias aproximaciones para estimar lo que ocupaba el escaso mobiliario (un inodoro y una papelera higiénica femenina). De ello deduje que el espacio “libre” para pasear se reducía a 0,7 m2.
La segunda media hora me dí cuenta de que los golpes rítmicos podían inducir a error y hacer creer a un posible rescatador que se trataba de alguien haciendo obras. Procedí pues a dar golpes siguiendo melodías más elaboradas que acabaron con un “Para Elisa” bastante decente.
La escasez de resultados provocó tal desánimo en mí que, acomodándome entre la pared y los hierros del inodoro me quedé dormida… Aunque fueron apenas 15 minutos, me desperté con fuerzas renovadas! Ello me hizo darme cuenta de que las circunstancias no eran extremas: acababa de comer, disponía de un inodoro y de agua… aunque la falta de cisterna podía ser un poco desagradable si la sed me acosaba.
Decidí inspeccionar de nuevo mi celda y pensé en el techo técnico. Subiéndome al inodoro, presioné los trozos de techo hacia arriba de forma que uno de ellos se descolgó ligeramente hacia abajo: cayó así hacia mí una cantidad considerable de polvo que no me impidió ver la negrura del espacio superior. Consideré la posibilidad de que hubiera habitantes en aquel espacio y procedí a dejarlo como estaba: estar sola era malo, pero compartir aquel reducido lugar con una rata era bastante peor…
Para activar mi musculatura, un poco acartonada, decidí hacer flexiones en diagonal, ya que no daba más de sí el espacio disponible: descubrí que en esa posición puedo multiplicar por cinco el número de flexiones respecto a hacerlas en posición horizontal.
Habían pasado ya dos horas, y a pesar de mis gritos cada vez que oía algún ruido, nadie parecía darse cuenta de que estaba encerrada… Hasta que oí ruidos en el baño de hombres, contiguo al mío. Para mi alegría, esa vez mis imprecaciones llegaron a buen puerto, y un amable compañero que a las 17:30 seguía trabajando, llamó a Seguridad.
A partir de ahí todo fue muy confuso: la segurata no pudo abrir la puerta y llamó a Mantenimiento. El operario intentó forzar el pomo sin romper la puerta y parece que no fue posible así que me dijeron que me apartase que tiraban la puerta abajo…
En menos de 1m2, la idea de apartarse es poco menos que una utopía, así que me encaramé al inodoro para que al menos este parara el golpazo inicial… Y al fin ví de nuevo la luz del día y fui libre!!!!
Decido ir al servicio justo antes de empezar a recoger mis trastos e irme para casa; he quedado con mi marido, los niños, mi madre y mi hermana para ir todos a la Cabalgata de Reyes que empieza a las 17:00 (lo sé, lo sé… planazo!!!).
Al ir a salir del cubículo al que llaman lavabo en mi oficina, descubro con horror que el pomo se ha bloqueado y que no puedo abrir la puerta. En la zona del edificio en la que trabajo, utilizamos ese baño tres mujeres: una está de vacaciones, la otra salía justo cuándo yo entraba y la que falta está encerrada en 0,96m2. El número no es baladí: tras los golpes y gritos de rigor para intentar que alguien se diera cuenta de que me había quedado encerrada, me dediqué a calcular las dimensiones de mi encierro: 1,2m de largo por 0,8m de ancho por 2,6m de alto. Un lujo, oyes…
La primera media hora transcurrió entre la sorpresa de la situación, los intentos de que “me se oyera”, y cálculos varios: además de los directos resultantes de multiplicar el número de baldosas por su longitud, hice varias aproximaciones para estimar lo que ocupaba el escaso mobiliario (un inodoro y una papelera higiénica femenina). De ello deduje que el espacio “libre” para pasear se reducía a 0,7 m2.
La segunda media hora me dí cuenta de que los golpes rítmicos podían inducir a error y hacer creer a un posible rescatador que se trataba de alguien haciendo obras. Procedí pues a dar golpes siguiendo melodías más elaboradas que acabaron con un “Para Elisa” bastante decente.
La escasez de resultados provocó tal desánimo en mí que, acomodándome entre la pared y los hierros del inodoro me quedé dormida… Aunque fueron apenas 15 minutos, me desperté con fuerzas renovadas! Ello me hizo darme cuenta de que las circunstancias no eran extremas: acababa de comer, disponía de un inodoro y de agua… aunque la falta de cisterna podía ser un poco desagradable si la sed me acosaba.
Decidí inspeccionar de nuevo mi celda y pensé en el techo técnico. Subiéndome al inodoro, presioné los trozos de techo hacia arriba de forma que uno de ellos se descolgó ligeramente hacia abajo: cayó así hacia mí una cantidad considerable de polvo que no me impidió ver la negrura del espacio superior. Consideré la posibilidad de que hubiera habitantes en aquel espacio y procedí a dejarlo como estaba: estar sola era malo, pero compartir aquel reducido lugar con una rata era bastante peor…
Para activar mi musculatura, un poco acartonada, decidí hacer flexiones en diagonal, ya que no daba más de sí el espacio disponible: descubrí que en esa posición puedo multiplicar por cinco el número de flexiones respecto a hacerlas en posición horizontal.
Habían pasado ya dos horas, y a pesar de mis gritos cada vez que oía algún ruido, nadie parecía darse cuenta de que estaba encerrada… Hasta que oí ruidos en el baño de hombres, contiguo al mío. Para mi alegría, esa vez mis imprecaciones llegaron a buen puerto, y un amable compañero que a las 17:30 seguía trabajando, llamó a Seguridad.
A partir de ahí todo fue muy confuso: la segurata no pudo abrir la puerta y llamó a Mantenimiento. El operario intentó forzar el pomo sin romper la puerta y parece que no fue posible así que me dijeron que me apartase que tiraban la puerta abajo…
En menos de 1m2, la idea de apartarse es poco menos que una utopía, así que me encaramé al inodoro para que al menos este parara el golpazo inicial… Y al fin ví de nuevo la luz del día y fui libre!!!!
lunes, 26 de diciembre de 2011
La primera puerta al final de la escalera
Ayer volví a soñar con ella. En medio de un sueño absurdo, como lo son la mayoría, estaba aquella puerta de cristal y hierro antiguo. Y el recibidor inmenso y frío, vacio de muebles pero lleno de humedades y silencio. Al final de aquel lúgrubre espacio, una escalera en espiral que ascendía hacia los pisos superiores, al lado de un ascensor diseñado en una época en la que la gente debía de pasar mucha hambre: pretender que entraran allí cuatro personas y que corriera el aire entre ellas era una utopía.
Al final del primer tramo de escaleras, una puerta. Alta y recia, de madera maciza. Detrás de ella, mi casa durante doce largos años, desde mi última infancia con ocho años, hasta mi primera "adultez" con veinte. Años muy intensos y principalmente oscuros. Las casualidades de la vida hicieron que volviera a vivir en ella, ya sola e independiente, desde los veintitres años hasta los veintiocho. Años de nuevo muy intensos y llenos de matices, colores y sombras. No los cambiaría (esos últimos cinco), por nada del mundo... Tú sabes a qué me refiero.
Después de tantos años de haber cerrado por última vez aquella puerta de madera, sigo soñando con ella. En absolutamente todos los sueños en los que estoy en casa, es "esa" casa. No importa las casas en las que viví después, la casa en la que ahora vivo desde hace 10 años... Mi casa es aquel primer piso, primera puerta de la calle Travesera de Gracia, nº 66 en el Eixample barcelonés.
Unos pocos sueños me dejan un regusto agradable, la mayoría son tristes y sombríos cómo sus largos y altos pasillos de luz tenue. Pero de vez en cuándo, hay algún sueño aterrador. Son sueños imposibles, de terrores profundos. Puertas que no están dónde debieran, ni actúan cómo debieran... Presencias apenas intuidas a las que sin embargo identificamos con el mal absoluto. Y esa voz que quiere escapar de tu garganta en un grito desesperado que nadie oye, ni siquiera tú mismo.
Han pasado muchos años, y sigue sin irse. Aguanta ahí, en mi subconsciente, para recordarme de dónde vengo, ¡cómo si pudiera olvidarlo!
.
.
Al final del primer tramo de escaleras, una puerta. Alta y recia, de madera maciza. Detrás de ella, mi casa durante doce largos años, desde mi última infancia con ocho años, hasta mi primera "adultez" con veinte. Años muy intensos y principalmente oscuros. Las casualidades de la vida hicieron que volviera a vivir en ella, ya sola e independiente, desde los veintitres años hasta los veintiocho. Años de nuevo muy intensos y llenos de matices, colores y sombras. No los cambiaría (esos últimos cinco), por nada del mundo... Tú sabes a qué me refiero.
Después de tantos años de haber cerrado por última vez aquella puerta de madera, sigo soñando con ella. En absolutamente todos los sueños en los que estoy en casa, es "esa" casa. No importa las casas en las que viví después, la casa en la que ahora vivo desde hace 10 años... Mi casa es aquel primer piso, primera puerta de la calle Travesera de Gracia, nº 66 en el Eixample barcelonés.
Unos pocos sueños me dejan un regusto agradable, la mayoría son tristes y sombríos cómo sus largos y altos pasillos de luz tenue. Pero de vez en cuándo, hay algún sueño aterrador. Son sueños imposibles, de terrores profundos. Puertas que no están dónde debieran, ni actúan cómo debieran... Presencias apenas intuidas a las que sin embargo identificamos con el mal absoluto. Y esa voz que quiere escapar de tu garganta en un grito desesperado que nadie oye, ni siquiera tú mismo.
Han pasado muchos años, y sigue sin irse. Aguanta ahí, en mi subconsciente, para recordarme de dónde vengo, ¡cómo si pudiera olvidarlo!
.
.
viernes, 23 de diciembre de 2011
Han vuelto de nuevo...
Pues parece que han vuelto de nuevo. No importa lo bien que te portes durante todo el año, que por estas fechas vuelven a hacer acto de presencia y vuelvo a quedarme con cara de tonta. Bueno, mi cara está en el TL que va desde "tonta" a "que se pare el tren que me yo me bajo".
Y lo mejor de todo es que no tengo una razón objetiva para que las Navidades me sienten mal. No hay nadie a quién eche de menos especialmente en estas fechas: yo soy más de echar de menos cada día, así el dolor se reparte un poquito más y te acostumbras y parece que duele menos.
Por supuesto en mi día a día intento disimular, no sea que la gente me vea como un "emo" snob al que le gusta llamar la atención precisamente en esta época. Yo soy más de llamar la atención siempre que puedo: si entro en una sala y no me mira nadie, entonces sí que tengo un problema... Y de "emo" también tengo poco, así que nadie se espere de mí lamentaciones y lloros por lo indigestas que me resultan estas fechas. Protesto, sí, pero con dignidad contenida y en entornos íntimos.
Lo cierto es que si tuviese que elegir unas Navidades perfectas, tendrían mucho más que ver con playas paradisíacas, calor y sexo que con nieve, frío y villancicos... Pero ya se sabe que la familia lleva muy mal lo de renunciar al super-glue de finales de año y no estar todos juntos y revueltos.
Repetiré pues la liturgia anual de poner buena cara a la galería. Quizá haga alguna locura secreta (tengo algunas ideas), iré mucho al gimnasio (cansarse mucho acostumbra a implicar lobotomía temporal) y me inflaré a polvorones para compensar (he dicho alguna vez que son mi debilidad?). Y ya si eso a la vuelta, escribiré algo profundo para reconciliarme conmigo misma.
Pero no esperen mucho de mí a partir de mañana. Cómo diría Vicky, voy a ser rubia (platino) durante dos semanas enteras.
.
.
martes, 6 de diciembre de 2011
Comedias románticas con final ¿infeliz?
Llevo unas semanas en un proceso de reconstrucción que pasa, entre otras cosas, por visionar el mayor número de comedias románticas actuales. Entiéndase cómo tal películas ligeras, con algún toque de humor y en las que el mayor drama que pueda existir sea que la protagonista no encuentra su vestido favorito para ir a una cena. Y conste que aunque entiendo que para ella pueda ser muy traumático, en este caso no hago el esfuerzo de empatizar con el dolor ajeno.
El caso es que en mi cinemateca de comedias románticas hay una galería de clásicos increíbles, divertidos y que no me canso de ver. Películas que revisiono con placer y sin plantearme en modo alguno si las actitudes de hombres y mujeres me resultan “ofensivas”, absurdas o ridículas. Aquí una muestra de a lo que me refiero
Ahora bien, han pasado 60 años y la liberación femenina no ha parado de avanzar desde entonces. Y aunque queda mucho por hacer, una piensa que en algunos campos se ha avanzado suficiente cómo para superar clichés como el que sugiere la película antes mostrada: que la máxima aspiración de una mujer es encontrar un hombre que la rescate. Un caballero andante que acabe con todo el sufrimiento que supone estar sola, ya que una mujer en esas circunstancias es una mujer incompleta.
Y es en ese instante cuándo viendo las más recientes comedias románticas, te das cuenta que nada ha cambiado. Bueno, eso no es cierto del todo… Ha cambiado la forma, no el contenido. Las protagonistas de las nuevas comedias son mujeres ambiciosas, profesionales agresivas, señoras con las ideas muy claras y que en absoluto van a someterse a ningún “ritual” choricero en el que un hombre pase a ser su amo y señor… Hasta que encuentran a uno que hace que las gomas de su ropa interior se deshagan y entonces podemos borrar la práctica totalidad del metraje anterior, enchufarle el de “Pijama para dos”, y el final encaja perfectamente: una mujer radiante porque acaban de pedirla en matrimonio y su vida, ¡por fin! cobra sentido.
No paro de darle vueltas al motivo por el que se siguen perpetuando esos esquemas en las películas; más o menos agazapados y subvertidos, pero siguen allí. La única explicación es que SIGUEN VENDIENDO… y eso significa que la mayoría los compra. Mucha liberación y lo que sigue atrayendo a las mujeres es una historia en la que la protagonista acabe felizmente casada/aparejada. Algo estamos haciendo mal…
.
.
domingo, 4 de diciembre de 2011
El dolor ajeno
Era una tarde de finales
de otoño. Yo acababa de aparcar mi coche y me dirigía a un cajero automático a
sacar dinero. No recuerdo para qué… Han pasado cinco años de aquella tarde. Hacía
menos de un mes me habían dado una malísima noticia de la que aún estaba
recuperándome. De la que aún no me he recuperado. Iba pensando en ello cuándo
sonó mi teléfono.
Era una amiga que llamaba
para explicarme que los análisis de sangre de su segundo trimestre de embarazo
le habían salido un poco mal y tenía el azúcar alto. Eso significaba que, al
igual que me había pasado a mí en mis dos últimos embarazos, tendría que hacer
régimen durante los meses que le faltaban hasta el parto. Mientras me lo
explicaba, le temblaba la voz y apenas podía contener las lágrimas.
Yo no entendía lo que me
estaba contando. No podía creer que estuviera haciendo un drama de pasar cuatro
meses a régimen, y menos que me llamara a mí para escenificarlo habida cuenta
de por lo que yo estaba pasando. Algo así del estilo del chiste: “Qué mala
racha llevamos, yo pierdo el boli, a tí se te muere tu padre…”.
Recuerdo haber balbuceado
algunas palabras de consuelo y excusas para acabar rápido aquella conversación.
Me quemaba el teléfono y mi indignación hacia ella me ahogaba.
Aunque en un primer
momento mi enfado superó cualquier capacidad de análisis, con el tiempo volví a
aquella conversación en un intento de comprender lo que había ocurrido. He
pensado mucho desde entonces en aquello que nos hace infelices y nos lleva a
desesperarnos. Y he llegado a la conclusión que no hay un valor absoluto para el
sufrimiento. No se mide en unidades físicas cuantificables y comparables. No se
puede decir: “mi desesperación es de 4 frustradios y la tuya de 9, por lo tanto
mejor me callo que bastante tienes tú con lo tuyo”.
No, no funciona así. Cuándo
te ocurre algo malo, esté en el lugar de la escala que esté, tu sufrimiento
puede ser de una intensidad que no esté en absoluto correlada con la causa de
tus desgracias. No tener tiempo para ir a la peluquería a tapar tus incipientes
canas, por ejemplo, puede ser algo que te angustie sobremanera y que te
desespere hasta el extremo de hacerte saltar las lágrimas. Si en ese momento
justo te informan que te van a despedir, probablemente el sufrimiento que antes
dedicabas a tus canas lo traslades al hecho que te van a despedir, y lo de la
peluquería te parezca la chorrada más grande del mundo. Y así ad infinitum…
Eso me ha hecho darme
cuenta de muchas cosas: una de ellas, que no puedes consolar a nadie diciéndole
que la causa de sus problemas es una tontería comparada con lo que podría
pasarle (ese es un argumento que mi madre utiliza constantemente a pesar de mis
esfuerzos por demostrarle su inutilidad). Otra que no puedes menospreciar el
dolor ajeno… aunque su causa sea una chorrada inmensa. Al fin y al cabo, su
sufrimiento es real.
Y lo más importante que
me ha enseñado es que no es razonable racionalizar el sufrimiento ajeno. Hay
que empatizar con él sin buscarle más explicación. El consuelo viene de
acompañar a alguien en su duelo, sea este originado por la causa que sea. Y la única
forma de que esa compañía sea efectiva es si es irracional y sale del corazón,
no del cerebro. Ese mismo cerebro que me hizo indignarme con mi amiga hace
ahora cinco años.
.
.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
SUS...PIRO
Tanto aire exhalado sin sentido... intentaré hacer algo productivo con él y convertirlo en palabras.