domingo, 4 de diciembre de 2011

El dolor ajeno


Era una tarde de finales de otoño. Yo acababa de aparcar mi coche y me dirigía a un cajero automático a sacar dinero. No recuerdo para qué… Han pasado cinco años de aquella tarde. Hacía menos de un mes me habían dado una malísima noticia de la que aún estaba recuperándome. De la que aún no me he recuperado. Iba pensando en ello cuándo sonó mi teléfono.

Era una amiga que llamaba para explicarme que los análisis de sangre de su segundo trimestre de embarazo le habían salido un poco mal y tenía el azúcar alto. Eso significaba que, al igual que me había pasado a mí en mis dos últimos embarazos, tendría que hacer régimen durante los meses que le faltaban hasta el parto. Mientras me lo explicaba, le temblaba la voz y apenas podía contener las lágrimas.
Yo no entendía lo que me estaba contando. No podía creer que estuviera haciendo un drama de pasar cuatro meses a régimen, y menos que me llamara a mí para escenificarlo habida cuenta de por lo que yo estaba pasando. Algo así del estilo del chiste: “Qué mala racha llevamos, yo pierdo el boli, a tí se te muere tu padre…”.
Recuerdo haber balbuceado algunas palabras de consuelo y excusas para acabar rápido aquella conversación. Me quemaba el teléfono y mi indignación hacia ella me ahogaba.

Aunque en un primer momento mi enfado superó cualquier capacidad de análisis, con el tiempo volví a aquella conversación en un intento de comprender lo que había ocurrido. He pensado mucho desde entonces en aquello que nos hace infelices y nos lleva a desesperarnos. Y he llegado a la conclusión que no hay un valor absoluto para el sufrimiento. No se mide en unidades físicas cuantificables y comparables. No se puede decir: “mi desesperación es de 4 frustradios y la tuya de 9, por lo tanto mejor me callo que bastante tienes tú con lo tuyo”.

No, no funciona así. Cuándo te ocurre algo malo, esté en el lugar de la escala que esté, tu sufrimiento puede ser de una intensidad que no esté en absoluto correlada con la causa de tus desgracias. No tener tiempo para ir a la peluquería a tapar tus incipientes canas, por ejemplo, puede ser algo que te angustie sobremanera y que te desespere hasta el extremo de hacerte saltar las lágrimas. Si en ese momento justo te informan que te van a despedir, probablemente el sufrimiento que antes dedicabas a tus canas lo traslades al hecho que te van a despedir, y lo de la peluquería te parezca la chorrada más grande del mundo. Y así ad infinitum

Eso me ha hecho darme cuenta de muchas cosas: una de ellas, que no puedes consolar a nadie diciéndole que la causa de sus problemas es una tontería comparada con lo que podría pasarle (ese es un argumento que mi madre utiliza constantemente a pesar de mis esfuerzos por demostrarle su inutilidad). Otra que no puedes menospreciar el dolor ajeno… aunque su causa sea una chorrada inmensa. Al fin y al cabo, su sufrimiento es real.

Y lo más importante que me ha enseñado es que no es razonable racionalizar el sufrimiento ajeno. Hay que empatizar con él sin buscarle más explicación. El consuelo viene de acompañar a alguien en su duelo, sea este originado por la causa que sea. Y la única forma de que esa compañía sea efectiva es si es irracional y sale del corazón, no del cerebro. Ese mismo cerebro que me hizo indignarme con mi amiga hace ahora cinco años.
.
.

4 comentarios:

Jesús M. Landart dijo...

Entiendo lo que quieres decir, pero lo comparto hasta cierto punto. Si en un planeta en el que hay millones de seres humanos sufriendo penurias sin cuento, a Paris Hilton le entra una crisis nerviosa porque se le ha roto una uña; de mí no puede esperar precisamente empatía, sino ferviente deseo de que se le rompan las otras nueve. Hasta la altura el codo, al menos.

Susana dijo...

Acepto tu matización, Jesús... aunque supongo que estamos de acuerdo en la idea global :)

Alex Castellano dijo...

Desde mi punto de vista creo que tu reflexión encaja mejor con la mente femenina. Vosotras necesitas más empatía y a nosotros nos funciona mejor el frustradómetro.  

Susana dijo...

Frustradómetro? Qué concepto más curioso! Y en qué consiste?

SUS...PIRO

Tanto aire exhalado sin sentido... intentaré hacer algo productivo con él y convertirlo en palabras.