Hace unos días, en ese extraño instante de lucidez que precede al sueño, tuve una revelación. No ha sido la primera; tengo una cierta tendencia a ver la luz precisamente cuándo más oscuridad hay a mi alrededor.
Tras la noche de reparador sueño, me encontré con la revelación en mis manos y sin saber qué hacer con ella. Pensé en publicarla en alguna de las listas de correo a las que soy asidua, pero me pareció que era compartirla con un universo demasiado amplio, y al fin y al cabo, la revelación es mía... Así que opté por publicarla en este blog que tiene un público bastante inferior en número: "quien tenga oídos, que oiga".
Pues bien, la revelación vino a mí mientras pensaba en el último libro que acababa de leer. Un libro "alimenticio". Soy una lectora compulsiva, y devoro casi todo lo que cae en mis manos. Este último libro se había dejado leer, pero no había despertado en mí el afán de otras lecturas. Entonces lo supe: No somos nosotros los que elegimos los libros que leemos, son ellos los que nos eligen a nosotros.
En ese instante entendí muchas cosas: el porqué un libro no te interesa en un momento de tu vida, y luego, tras unos años, lo retomas y caes rendido ante sus páginas... el porqué hay libros que "se dejan" leer, pero sin conseguir apasionarte... el porqué recomiendas un libro y la persona que lo lee no encuentra la razón...
Son ellos los qué deciden si es el momento para que los leas. Ellos te encuentran y te aceptan, te seducen, te conquistan... o te ignoran, te toleran o te rechazan.
Nunca volveré a decir que un libro no valía la pena... era yo la que no estaba a la altura.
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