Hubo un tiempo en el que creía en dragones. Entonces era todo más fácil. Tengo un cansino sentido de la justicia, pero con minúscula, de la que Richard Gere habla en "Las dos caras de la verdad":
"
El primer día en la facultad de Derecho, el profesor nos dijo dos cosas: de hoy en adelante cuándo sus madres les digan que les quieren pidan una segunda opinión. Y si desean justicia, vayan a un burdel pero, eso sí: si quieren que les jodan, vayan a los tribunales".
Quizá para eliminar posibles disquisiciones morales, en vez de justicia debería hablar de equilibrio. Me gusta... necesito pensar que todo tiende a equilibrarse con el tiempo, que si alguien hace algo malo, tarde o temprano acaba pagando por ello y que las buenas acciones no quedan sin recompensa. Todo eso era muy fácil cuándo creía en dragones... Porque hacía que el tiempo fuera infinito para cada uno de nosotros. Para pagar y para recibir. Sólo era cuestión de tiempo pero el equilibrio llegaba, perfecto, absoluto.
Y entonces, un buen día, dejé de creer en dragones. Y el tiempo se hizo breve, limitado. No había posibilidad de redención ni de castigo. Había que vivir con las cartas que te había tocado y aceptar el hecho de que el equilibrio era un utopía irrealizable. Mi mundo se volvió considerablemente más hostil, inestable e impredecible...
Así que decidí simplificar las cosas: desde entonces evito en la medida de lo posible leer libros o ver películas cuyo argumento incluya esos desequilibrios que tanto me alteran. La realidad ya es suficientemente inestable como para adornarla con ficción violenta, dramática o, sencillamente, triste.
Y aunque pueda parecer una postura naïf, es sólo cuestión de supervivencia...
.
.